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En marzo de 2019 mi perra Cocaí y yo salimos de Madrid con una mochila, una tienda de campaña y una misión entre ceja y ceja: llegar a China a dedo. Un viaje que bauticé como el “Pekín Express Canino”. No llegaríamos a Pekín –nos pilló la pandemia cuando andábamos por India– ni sería exprés, pero canino fue un rato: además de viajar con perro por Turquía, Georgia, Armenia, Irán, Pakistán e India y sumergirnos en sus apasionantes culturas humanas y perrunas, sumamos una nueva peluda al equipo en el desierto de Rajastán: Chai. Tres años después volvimos a casa con una perra india y un camino plagado de aprendizajes, aventuras trepidantes y seres maravillosos. Nuestro periplo por Asia se divide en tres partes o viajes en sí mismos: el Nueva Delhi Express, el Confinamiento en India y el Madrid Express. 

 

NUEVA DELHI EXPRESS. La única etapa “normal”, cuando todavía el mundo seguía su curso sin ser perturbado por ningún virus. Atravesamos en autostop Europa, Turquía, Georgia, Armenia, Irán, Pakistán y gran parte de India, alucinando con el contraste entre paisajes y culturas. Convivimos con familias turcas, kurdas, persas, baluches o pakistanís, enamorándome de estos estigmatizados pueblos y su hospitalidad; me robaron en Georgia; tuvimos un accidente de coche en Armenia; hubo flechazo con una mochilera taiwanesa… y nos acompañaría parte del viaje; vislumbramos sitios de la talla del Cáucaso, el Himalaya, Estambul, Isfahan, Persepolis, Ephesus, el monte Ararat, el Taj Mahal… Pero si hay un hecho que marca ya no esta etapa, sino mi vida, es el habernos topado con Chai. Esta cachorra, que apareció de la nada mientras acampábamos en el desierto de Thar, Rajastán, tardó poco en conquistarnos. Éramos esa familia que necesitaba. Así, comenzó una aventura a tres por India.

 

CONFINAMIENTO EN INDIA. Cuando estábamos subiendo en el mapa para ir hacia Nepal llegó el coronavirus y lo cambió todo. Vivir un año de pandemia en India fue una de las cosas más locas que jamás haya experimentado. Los comienzos con la policía pegando palos y poniendo castigos surrealistas a quien saliese de casa nos tocaron en el tórrido sur, en Pondicherry. Confinados con otros viajeros en una casa, fuimos discriminados como nunca antes por ser extranjeros. Allí estuvimos siete meses y dediqué gran parte del tiempo a los perros callejeros y ayudar a organizaciones animalistas locales. Además, hicimos las mayores amistades del viaje, incluido un chico de Hyderabad y su gato, con quienes haríamos un viaje multiespecie épico de un mes hasta el norte del país, cuando por fin levantaron las restricciones de movimiento entre estados. En esta “nueva normalidad” vivimos unos meses en un antiguo ashram en Rishikesh y exploramos los enigmáticos estados de Himachal Pradesh y Punjab.

 

MADRID EXPRESS. Una vez asumido que era imposible seguir hacia el Oriente decidí volver a España… también por tierra. Esta odisea, con triquiñuelas para cruzar cada frontera de lo más variopintas, tuvo como país estrella a Pakistán: por tiempo (seis meses hasta que pudimos cruzar a Irán), aprendizaje cultural (qué cantidad de grupos étnicos y tradiciones), amigos hechos y sucesos vividos. El mes entero de Ramadán, ser adoptados por una familia real en Chitral, salir en la tele y convertirnos en verdaderas celebrities con escolta o superar la rotura de bazo de Cocaí y su operación de emergencia a vida o muerte fueron algunos de ellos. En Irán tuvimos problemas con los servicios de inteligencia, que no se fiaban de mí por haber permanecido tanto tiempo en Pakistán durante el auge de los talibanes en la vecina Afganistán y me requisaron el portátil y el disco duro. Acabamos el viaje de la mano de mis súper padres, que se cruzaron toda Europa en coche para venir a por nosotros a Turquía. Con Cocaí aún convaleciente y después de todo lo vivido no podía imaginar un final mejor.

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